SÍNDROME GENERAL DE ADAPTACIÓN

 

El Síndrome General de Adaptación (SGA): comprende una serie de cambios fisiológicos que se suceden en el organismo cuando un sujeto está sometido a situaciones o vivencias que generan estrés. Estos cambios fisiológicos involucran a la unidad PNIE quien tiene la responsabilidad de proteger al organismo de los embates de los acontecimientos estresantes con la finalidad de conservar la salud y preservar la vida del individuo. No todas las personas viven el estrés de igual manera, ello tiene mucho que ver con la forma individual de percibir la situación que está viviendo. Es muy frecuente que ante un acontecimiento estresante específico (un divorcio, la muerte de un ser querido) algunas personas lo consideren normal o superable, produciéndose en ellos, cambios fisiológicos reversibles en poco tiempo, mientras que otras, lo pueden percibir como una tragedia, generando en ellas alteraciones fisiológicas por largos períodos de tiempo, muchas veces irreversibles con las consecuencias de presentar lesiones tisulares u orgánicas con la puesta en peligro la sobrevivencia.

El SGA es una respuesta del organismo ante un acontecimiento estresante. Son cambios funcionales que utiliza el organismo como mecanismo de defensa ante situaciones de amenaza. Tales cambios se suceden en varias etapas según sea la intensidad y la duración de la situación estresante que el sujeto esté viviendo

Cuando un sujeto se encuentra ante un acontecimiento estresante, la psique del individuo percibe la amenaza y evalúa la gravedad del acontecimiento, inmediatamente se activa la unidad (PNIE) colocando al organismo en emergencia con la finalidad de defenderse del peligro. Esta reacción en forma de cascada se inicia con:

Fase de alarma: el sistema nervioso coloca al organismo en estado de emergencia, la rama simpática de este sistema libera las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), dos neurotransmisores cuya acción sobre órganos y tejidos del cuerpo humano, producen cambios funcionales tales como: aumento de la frecuencia cardíaca, elevación de la presión arterial, broncodilatación, aumento de la frecuencia respiratoria con la finalidad de llevar mayor cantidad de sangre y oxígeno al cerebro, músculos y órganos vitales; estos cambios colocan al individuo en posición defensiva para luchar o correr. Las pupilas se agrandan para ampliar el campo visual. Se produce aumento de la sudación en la frente, axilas, manos y pies para disminuir el exceso de calor por el mayor consumo de energía debido al estado de emergencia corporal. La digestión se paraliza, cesa el apetito. La saliva y el jugo gástrico disminuye. La boca se reseca. Los intestinos se inmovilizan y se distiende el abdomen por gases represados. El hígado moviliza sus reservas de azúcar y los vierte en la sangre (neoglucogénesis) para suministrar la energía suficiente ante la emergencia. Los ácidos grasos (colesterol y triglicéridos) como segunda fuente de energía se movilizan para brindar apoyo ante la situación que se está viviendo. El páncreas disminuye la producción de insulina, permitiendo al cerebro mayor consumo de azúcar posible que le permita estar alerta ante la crisis. Esta movilización de azúcares y grasa tienen como objetivos suministrar la mayor cantidad de calorías necesarias para afrontar la agresión. Como consecuencia, la glicerina, el colesterol y los triglicéridos aumentan en la química sanguínea.

Ante posibles heridas o traumatismos que se sucedan en la emergencia, se incrementan los factores de coagulación de la sangre con la finalidad de prevenir hemorragias y aumentan la cantidad de glóbulos blancos previniendo infecciones futuras.

Superada la emergencia, la rama parasimpática del sistema nervioso asume el control restableciendo así la normalidad u homeostasis del organismo. Se restablece el equilibrio fisiológico alterado. Las escenas vividas quedan grabadas, algunas son recordadas y otras olvidadas. Pero siempre algunos detalles quedan por mucho tiempo, o tal vez, toda la vida, vivos en nuestro mundo subconsciente

La vivencia de acontecimientos estresantes inesperados que colocan al individuo en estado de alarma, pueden golpear en forma brutal la psique de la  persona y ocasionar, a veces, alteraciones funcionales y/o orgánicas a corto o largo plazo, sin que muchas veces logre ser percibidos conscientemente por el individuo y cuyas secuelas podrían ser lesiones irreversible que ponga en peligro la sobrevivencia. Este trauma vivido, muchas veces inesperado, es llamado por los especialistas “Trastorno de Estrés Postraumático”. Ningún ser humano está exento de sufrirlo. Puede aparecer tanto en niños como en adultos de ambos sexos. Hoy en día se ha demostrado que puede producirse en la vida intrauterina cuando el embarazo es no deseado o la madre ha vivido la experiencia traumática durante la gestación. En los niños y adultos mayores, muchas veces, es de mayor gravedad la vivencia del trauma y las consecuencias que de ello se genera, debido a su grado de indefensión o a los limitados recursos de afrontamiento que poseen ante el impacto emocional.

De prolongarse el estado de alarma por la persistencia del peligro, o bien, porque el aparato cognitivo del sujeto mantiene presente la percepción de amenaza, las alteraciones fisiológicas persisten. Ante esta eventualidad, el organismo requiere refuerzos para mantener por mayor tiempo posible el afrontamiento ante la situación estresante que está viviendo, de tal manera, que el sistema neuroendocrino se activa para aportar y suministrar mayor cantidad de energía, y así, continuar enfrentando la emergencia 

Fase de adaptación: la persistencia del peligro prolonga el estado de emergencia lo cual acarrea un mayor aporte de recursos para resistir el mayor el tiempo posible el ataque del enemigo. Ante esta eventualidad, se activa el sistema neuroendocrino estimulando la producción de cortisol por las glándulas suprarrenales con la finalidad de mantener el mecanismo de lucha o fuga por tiempo prolongado. El cortisol es una hormona liberada ante situaciones de emergencia prolongada con la finalidad de suministrar mayor cantidad de energía al organismo. Esta hormona incrementa la producción de azúcar en la sangre (neoglucogénesis) extrayéndose de los depósitos naturales que posee el organismo. Igualmente, moviliza las grasas y las proteínas como fuente alterna de energía lo que permite al cerebro y al organismo en general mantener la lucha por el tiempo que sea necesario. Sin embargo, el incremento del cortisol por períodos prolongados implica el riesgo de depresión del sistema inmunitario con las consecuencias de sufrir infecciones bacterianas, fúngicas o virales; o lo más grave, la proliferación de células malignas, emergencia que acarrea un mayor aporte de recursos para resistir el mayor el tiempo posible el ataque del enemigo. Ante esta eventualidad, se activa el sistema neuroendocrino estimulando la producción de cortisol por las glándulas suprarrenales con la finalidad de mantener el mecanismo de lucha o fuga por tiempo prolongado. El cortisol es una hormona liberada ante situaciones de emergencia prolongada con la finalidad de suministrar mayor cantidad de energía al organismo. Esta hormona incrementa la producción de azúcar en la sangre (neoglucogénesis) que extrae los depósitos naturales que posee el organismo. Igualmente, moviliza las grasas y las proteínas como fuente alterna de energía lo que permite al cerebro y al organismo en general mantener la lucha por el tiempo que sea necesario.Pero, el incremento del cortisol por períodos prolongados implica el riesgo de depresión del sistema inmunitario con las consecuencias de sufrir infecciones bacterianas, fúngicas o virales; o lo más grave, la proliferación de células malignas.

Fase de claudicación. Si el apoyo brindado por el sistema neuroendocrino no es suficiente para superar la crisis y persiste la amenaza, se sucede la fase de claudicación durante la cual el organismo utiliza al máximo sus reservas energéticas con implicaciones de graves daños a la salud del individuo y la puesta en peligro de su sobrevivencia. 

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