Don Pablo, como cariñosamente lo llamaban, era un hombre de 84 años, nacido y criado en un pequeño poblado, tierra que lo vio nacer, crecer y trabajar con gran esfuerzo para levantar una digna familia. Padre y abuelo cariñoso. Después de su viudez quedó bajo el cuidado de su hija mayor. Era un hombre de contextura fuerte a pesar de su edad. Su expresión corporal y su marcha reflejaba un hombre muy saludable y feliz. Su mente muy lúcida, pendiente siempre de los acontecimientos que afectaban a su terruño y al país que tanto amaba. Durante el transcurso de sus años nunca enfermó. Le gustaba la lectura y disfrutaba haciendo sus caminatas mañaneras a través de las calles del pueblo para dirigirse rumbo a la plaza. Allí se encontraba con antiguos amigos y juntos iniciaban una charla amena sobre el acontecer diario y de aquellos viejos tiempos cuando en su pueblo se vivía tranquilo, agradable y donde la gente podía vivir en paz. Luego acostumbraba a tomar su cafecito negro y retornaba a su hogar con el periódico debajo del brazo, para iniciar la lectura de las noticias del día. Y así, cada día.
Una mañana, mientras hacia su caminata habitual, se detuvo en una esquina, esperando una oportunidad para cruzar la calle y dirigirse a su sitio de reunión. Cuando encontró la mejor oportunidad para atravesar la avenida, se dispuso hacerlo, pero en el preciso instante que había recorrido la mitad de la calle, observó a un bús que se desplazaba a exceso de velocidad, como ya hoy en día es costumbre en las distintas calles del pueblo, donde conductores irresponsables en su afán de competencia y de lograr recoger la mayor cantidad de pasajeros en el menor tiempo posible, cometen infinidades de arbitrariedades sin pensar en las consecuencias. El chofer del vehiculo al ver a Don Pablo en la mitad de la vía, no detuvo su loca carrera, por el contrario, apretó el acelerador y en forma agresiva sonó su ruidosa y tormentosa bocina.
Don Pablo al escuchar aquel ruido tan espantoso y mirar el inmenso autobús que le venía encima, como pudo dio un salto y logró alcanzar la acera del frente. Mientras tanto, el bus seguía su curso a gran velocidad. Don Pablo tardó un rato en recuperarse de tamaño susto. Sus piernas le temblaban, las manos las tenías frías y casi no podía hablar, pero tuvo suficientes fuerzas para continuar su marcha hasta la plaza. Al llegar a su destino, tomó asiento en unos de los bancos y después de descansar unos minutos narró a sus amigos lo que le había sucedido. Todos sus compañeros exclamaron al unísono. ¡Qué irresponsabilidad!. Y pensar que no hay autoridad en este pueblo que ponga fin a estos abusos.
Luego de finalizada su acostumbrada y amena charla que día a día realizaba bajo la frescura de los frondosos árboles de la plazas. Don Pablo compró su periódico, tomó su acostumbrado negrito y retornó a su casa. Al llegar a su hogar, se sentía cansado y con muchas palpitaciones y así se lo hizo saber a su hija Elba. En la noche no pudo dormir. Su mente repetía constantemente aquellas escenas vividas. El sonido de aquella corneta y la imagen de aquel autobús que estuvo a punto de atropellado no le permitían conciliar el sueño.
Al día siguiente, al despertar, sintió que todo le daba vuelta. Al tratar de levantarse perdió el equilibrio y tuvo que apoyarse en la pared para no caer. Elba, al darse cuenta de la situación, lo tomó del brazo y lo sentó. Don Pablo, le manifestó que se sentía muy mal. No tenía fuerza en sus piernas, estaba mareado, cansado y con muchas palpitaciones. Esa misma mañana, su hija lo llevó al internista. Le practicaron todos los exámenes de laboratorio: electrocardiograma, RX pulmonar, hematología completa; no encontrándose alteraciones en sus órganos internos. Tan sólo el galeno encontró aumentada la frecuencia cardiaca debido a su estado de angustia. Por tal motivo le indicó tranquilizantes.
Durante varios días, Don Pablo no salió de casa, Tenía miedo a salir solo. Sus nietos le compraban el periódico y el cafecito lo tomaba en casa. Dos semanas
después, sintiéndose mejor, Don Pablo se animó a realizar su recorrido mañanero, pero faltando una cuadra para llegar al sitió donde semanas antes había vivido aquella experiencia tan traumática, comenzó a sentirse mareado y sin fuerzas. Sentía dificultad para respirar y su corazón latía aceleradamente. Tuvo miedo de continuar la marcha. Como pudo regresó a casa. Cuando su hija observó el estado de su padre lo llevó apresurado al internista. Fue atendido de inmediato, se le hicieron nuevos exámenes y un ecocardiograma, no encontrándose ninguna lesión del corazón. El médico le indicó reposo y continuar con su tratamiento anterior.
Después de la visita médica, Don Pablo y Elba retornaron al hogar. El se sintió un poco cansado y decidió reposar en la vieja mecedora donde acostumbraba ver la televisión y leer el periódico. Su hija entró a la cocina a buscarle un vaso con agua. A los pocos minutos cuando Elba llegó con el agua, su padre ya estaba muerto.
LA BOCINA ASESINA
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