La ira es una reacción emocional que se desencadena cuando un individuo se encuentra ante una situación que, amenaza su integridad biopsicosocial.
Dolf Zillman, psicólogo de la Universidad de Alabama, realizó estudios en sujetos adultos de ambos sexos, encontrando que el principal desencadenante de la ira es la sensación de sentir amenazada su integridad física, su autoestima o su dignidad. Ser tratado en forma injusta o ruda, ser insultado o menospreciado, quedar frustrado en la búsqueda de un objetivo importante. La ira produce cambios fisiológicos en el organismo con la finalidad de afrontar el peligro. Estos cambios disminuyen el umbral de sensibilidad para la ira, manteniendo a la persona en un estado irritable y propenso a descargar su furia en cualquier momento y ante el menor inconveniente, por que la ira crece sobre la ira.
J.J Greoen, profesor de la Universidad de Leyden, en su artículo “ Estudio psicosomático de las emociones en las enfermedades internas” refiere que el comportamiento animal y humano puede ser de huida ante el miedo y de lucha cuando tiene ira. En ambas conductas, el sistema nervioso simpático libera catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) que a través de la sangre llegan a todas las células del cuerpo provocando cambios funcionales en todos los órganos y tejidos, sobre todo, en aquellos que son necesarios para luchar o correr: La tensión arterial y la frecuencia cardiaca aumentan, llevando mayor cantidad de sangre al cerebro y a los músculos. Las pupilas se dilatan para aumentar el campo visual. Aumenta la ventilación pulmonar para mayor intercambio de oxigeno. La piel y mucosas palidecen. Se seca la boca, se contraen los esfínteres y disminuye el movimiento intestinal. El colesterol, los triglicéridos y el azúcar sanguíneo se incrementan por encima de los valores normales. Una vez que cesa el peligro, el organismo recobra su equilibrio y todo vuelve a la normalidad.
Si la percepción de amenaza persiste o la persona se mantiene hostil y resentida, los síntomas se hacen permanentes y, muchas veces irreversibles, entonces, aparece la enfermedad orgánica. Estos trastornos se hacen más notorios y peligrosos cuando se acerca la madurez, cuando la ira es reprimida y cuando la elasticidad fisiológica de la juventud comienza a disminuir.
Cuando la reacción emocional es de baja intensidad, los cambios funcionales no tienen tanto peligro, pero sin la intensidad de la emoción es alta, existe el riesgo de un infarto cardíaco o una hemorragia cerebral. La ira reprimida por mucho tiempo es causa de muchas enfermedades crónicas tales como: enfermedad hipertensiva, diabetes, psoriasis y otras enfermedades de larga evolución.
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