JUBILACIÓN DOLOROSA


“el tiempo libre para los que no saben que hacer, es tiempo vacío, tiempo para enfermar y esperar la muerte"

Hector, cumplía sus 52 años de edad cuando decidió jubilarse de la institución donde laboró durante treinta años como dibujante de estructuras de ingeniería. Antes de su retiro, Catire, como cariñosamente lo llamaban, gozaba de un excelente estado de salud. Era un hombre alegre, activo y afectuoso con su mujer e hijos. En su matrimonio con Margarita tuvo tres hijos y vivían en una zona residencial de clase media de la ciudad de Caracas. La relación en su hogar era de amor, paz y armonía.  
Su mujer, se desempeñaba como profesora en la dirección de educación de adultos. Allí se mantuvo activa durante unos cuantos años después de la jubilación de su marido. A raíz de aquel día cuando Hector dejó de hacer todo para hacer nada, todo cambio en su vida y en su hogar. 
Margarita, salía en la mañana a trabajar y regresaba a casa a las cuatro de la tarde, mientras tanto, Hector, como animal enjaulado, caminaba incesantemente todos los espacios de su vivienda. Bajaba y subía a cada rato aquel ascensor del edificio donde vivía. Compraba todos los periódicos y pasaba horas y horas leyendo y releyendo las noticias del día, hasta que, el aburrimiento lo dormía. En esa rutina diaria fue haciendo y creciendo su mundo. Cuando su mujer salía a trabajar, él la miraba por la ventana y sentía una inmensa sensación de culpa e inutilidad, pero jamás hizo nada para remediarlo. 
Hector, pasó su tiempo, culpándose de lo que hizo y dejó de hacer, pero sin buscar una solución aquella situación. Poco a poco fue dependiendo más de su mujer y de sus hijos. Su inactividad fue creando trastornos en su carácter, lo cual originaba conflicto con los hijos y con su mujer. Se convirtió en una persona irritable y poco tolerante. Todo le molestaba. Controlaba de manera obsesiva los movimientos de sus hijos y de su mujer. Esta alteración del carácter fue creando una conflictividad familiar, a tal punto que los hijos se vieron obligados abandonar el hogar e irse a otra ciudad. 
Margarita, solo le quedó resignarse a soportar la tiranía de aquel que. una vez fue su adoración. Cuando los hijos se fueron y el hogar quedó vacío, Hector, ya no tenía con quien pelear ni a quien controlar, entonces, aparecieron los síntomas de la inactividad laboral: dolor en todo el cuerpo, decaimiento, ganas de no hacer nada y falta de interés por las cosas.
Las visitas al médico eran muy frecuentes por diversas razones. Al principio era la tensión arterial, recibió tratamiento para la tensión. Luego, presentó dolor en los ojos, le indicaron tratamiento para los ojos. Posteriormente, presentó dolencias en la próstata, recibió medicación para la próstata. No contento con ello, el colon se le inflamaba frecuentemente, recibía tratamiento para el colon. Le dolían los huesos, los músculos y todo el cuerpo; no había sitio del cuerpo en el cual no manifestara una dolencia. Si veía una mancha en la piel, salía corriendo donde el médico. Si sentía mareos, inmediatamente corría a la clínica. Poco a poco Hector se fue llenando de enfermedades. 
Desde que se levantaba hasta que se acostaba, vivía pendiente de su cuerpo y de cualquier síntoma que presentase. Su mujer había perdido la paciencia, ya no soportaba la queja constante de su marido, pero no podía ser indiferente aquella situación que estaba viviendo.  

Margarita era la única que tenía que soportarlo pero, aquella carga emocional que llevaba sobre sus hombros fue debilitando sus fuerzas y empezó a enfermarse. Al principio presentó artritis con deformaciones de las manos que le impedían realizar los oficios en casa, Progresivamente, la artritis inflamó su rodillas lo cual le impedía caminar y la obligó a retirarse del trabajo. Su retiro obligatorio no fue obstáculo que detuviera las quejas constantes de su marido. Al final, doña Margarita se agravó de su enfermedad y murió.
Después del entierro, sus hijos decidieron recluir a su padre en un asilo para ancianos. Allí, a sus 71 años de edad, Hector es un enfermo hipocondríaco recluido en un albergue para ancianos y olvidado por los hijos. En medio de aquella soledad, sólo le quedó esperar su destino final, porque jamás reflexionó que la jubilación es tiempo libre y, “el tiempo libre para los que no saben que hacer; es tiempo vacío, tiempo para enfermarse y esperar la muerte”. 
Comentario
La hipocondría es una enfermedad neurótica cuya causa principal es la angustia o miedo. El enfermo se siente indefenso y deprimido ante la situación que está viviendo. No tiene ánimo de lucha. Se siente atrapado y sin salida. Su grado de indefensión es tal que, lo lleva a buscar afecto y protección familiar, razón por cual crea su propia enfermedad y se refugia en su cuerpo. Su estado de angustia se manifiesta en síntomas y quejas constantes que no tienen relación con un daño real de su organismo. 
El enfermo hipocondríaco asiste, una y otra vez, a consulta médica por multiplicidad de molestias, como buscando, pero, temiendo a la misma vez, que algún médico le encuentre una enfermedad real que justifique su incapacidad y apruebe la protección que a gritos está pidiendo. El hipocondríaco no cesa en sus quejas a pesar del diagnóstico de normalidad que recibe de su médico. La familia del hipocondríaco sufre las lamentaciones constantes del enfermo, pero no encuentra salida a dicha situación, porqué, el paciente no toma consciencia del malestar que ocasiona en el seno familiar, solo le interesa que le presten atención. Muchos familiares optan por escapar del tormento, otros, tienen que soportarlo, asumiendo las consecuencias, como el caso de Margarita.  
La hipocondría es una enfermedad psiquiátrica y como tal debe ser visto y tratado por el especialista. 

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