Desde la antigüedad se ha observado la asociación entre acontecimientos estresantes físico y psicológico con la génesis de enfermedades. Hipócrates (460-370 a.c.), subraya que el cuerpo humano posee mecanismos fisiológicos para defenderse de las agresiones externas e internas e hizo popular la frase “Mente sana, cuerpo sano”. Galeno (129-200 d.c) se sabe, que las emociones afectan la salud de la persona tanto en el comienzo como en el curso de las resistencias inmunológicas y en las enfermedades.
El término estrés comienza a emplearse a mediados del siglo XIV para referirse a situaciones difíciles, adversas y traumáticas. Pero no será hasta el siglo XIX cuando en 1857 Claude Bernard afirmó que los cambios ambientales pueden alterar el organismo.
En 1929 el neurólogo Walter Cannon reconoció que los agentes estresores amenazantes pueden ser físicos y/o emocionales. Dichos agentes ocasionan cambios fisiológicos en el organismo que lo preparan para “la lucha o fuga” Posteriormente, Hans Seyle, (1936), médico fisiólogo, considerado por muchos como el padre del concepto moderno de estrés y el creador del “Síndrome General de Adaptación” (SGA), mecanismo automático que involucra un conjunto de reacciones neuro hormonal e inmunológica, que se activa ante cualquier situación estresante que amenace la integridad biopsicosocial del sujeto.
La primera relación entre el sistema endocrino con el inmunológico fue comunicada por Calzolari en 1898, quien observó en conejos castrados el aumento del timo, glándula, que ejerce una clara influencia sobre el desarrollo y maduración del sistema linfático y en la respuesta inmunitaria defensiva de nuestro organismo. Solomon (1964) escribe sobre la integración entre inmunidad, enfermedad y cómo podrían influir los estados emocionales. Ader (1975), escribe sobre la conducta y estados emocionales que pueden llevar a la depresión del sistema inmunológico y Farrar (1987) publica un interesante artículo sobre la relación del sistema inmune y el nervioso.
Es precisamente en las cuatro últimas décadas cuando aparecen varios estudios sobre la nueva neurociencia (PNIE) “psiconeuroinmunoendocrinología” que tiene una visión más integral del ser humano y la enfermedad, como resultado de una alteración en la intrincada red de mensajes y respuestas en la que moléculas como las citoquinas, las hormonas, los neurotransmisores y otras sustancias que juegan un rol de suma importancia al aumentar o disminuir ante estímulos emocionales.
Segerstrom y Miller (2004) sostienen que en las últimas tres décadas se han realizado más de trescientos estudios sobre el estrés y el sistema inmunológico en personas, que demuestran que los retos de orden psicológico son capaces de modificar nuestro organismo provocando, que el sistema inmunológico se debilite o agote ante la invasión de virus, bacterias, sustancias químicas tóxicas y priones (sustancias compuestas por aminoácidos que afectan al sistema nervioso central).
Ortega Navas (2006) afirma que el estrés es un factor de riesgo para la salud presente en todas las actividades y aunque es imprescindible a cierto nivel al potenciar capacidades como la creatividad, el sentido positivo, la capacidad de aprendizaje y la toma de decisiones, entre otras. Si se sobrepasa ese nivel ante un factor estresante intenso o prolongado, el organismo se agota, provocando las llamadas enfermedades del estrés.
Maruso (2009) considera que las emociones influyen sobre la inmunidad e insiste en que la mente y el cuerpo están intrínsecamente ligados, que la alteración de una afecta la química interna optimizando o debilitando nuestro estado funcional y que, está en nuestras propias manos poner en marcha un nueva cultura de la salud que implica que las personas somos capaces de mantener y procurarnos la salud a nivel físico y psíquico.
Ortega Navas (2009) afirma que las emociones juegan un papel muy importante para la salud y son una parte innegable de nuestras vidas y son fundamentales para el estado positivo de la misma al contribuir a potenciar una conducta saludable.
La mayoría de los estudios encuentran que el estrés puede alterar el sistema inmune aumentando la vulnerabilidad del organismo (procesos infecciosos, cáncer y enfermedades autoinmunitarias) fruto de vivencias de eventos vitales estresantes (Rosenthal; 2002; Ray, 2004; Sierra, et al., 2006; Sandín, 2008; McEwen, 2008; entre otros).
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