UN VIAJE DE ESPERANZA

Conocí a una joven que se desempeñaba como enfermera en una institución hospitalaria donde yo ejercía como médico. Durante el noviazgo íbamos de paseo a diferentes lugares de la capital y los fines de semana a la playa. Los momentos que compartíamos juntos notaba en ella cambios repentinos en su estado anímico sin justificación alguna. Algunas veces se mantenía en silencio, otras veces se mostraba hostil. Le gustaban los paseos pero muy poco disfrutaba de los lugares que visitábamos. Le pregunté sobre tal irregularidad y logré que me contara el origen de sus cambios emocionales. Me refirió que desde temprana edad vivió con mucha tristeza el abandono materno, quien en segundas nupcias cambió de domicilio a otra ciudad lejana, dejándola bajo custodia de su abuela materna. El abandono dejó en ella una sensación de soledad y resentimiento hacia su madre. La historia me conmovió y le sugerí buscar apoyo psicológico, pero las sugerencias no fueron escuchadas.

 Los paseos continuaron y el comportamiento era el mismo, pero a pesar de los trastornos del humor que padecía no fue obstáculos para que creciera entre nosotros el afecto y el deseo de estar juntos. Este afecto nos condujo a la unión conyugal. La ceremonia nupcial se celebró en la estricta intimidad, nosotros dos y los testigos. No hubo brindis, reunión familiar ni luna de miel, tal como ella lo había sugerido. Culminado el acto de la boda, mi mujer renunció a su trabajo y ese mismo día viajamos rumbo a un pequeño poblado a 92 kilómetros de distancia de la capital. Una vez llegado a esa población, nos residenciamos en una casa previamente arrendada en esa localidad. Al mes de nuestra llegada, solo tenía como fuente de ingresos las guardias y consultas que hacía en una clínica privada del lugar.

 El comienzo de la relación de pareja fue difícil, porque los cambios frecuentes de humor de mi cónyuge constituyeron obstáculos para su adaptación al nuevo estilo de vida. Como profesional de la enfermería estaba acostumbrada a ser libre, independiente y controlar su propia vida. Ahora, casada tenía que acostumbrarse a ser dependiente de otra persona, vivir en un pueblo después de estar acostumbrada a vivir en la ciudad y más aún alejada de su hermana con la cual convivió muchos años.

 Seis meses después nació nuestro primer hijo varón quien llenó la soledad física de su madre, pero no la soledad emocional. El niño fue creciendo y se convirtió en mi compañero inseparable y la alegría del hogar más no en la mejoría del estado anímico de su progenitora.

 Durante mi estancia en este poblado logré empleo como médico en el hospital de la capital de la provincia donde vivíamos. Con el sueldo del hospital y los ingresos por concepto de la consulta privada fue mejorando nuestra economía familiar y nos permitió adquirir una vivienda en una zona residencial de clase media y llevar una vida más holgada.

 Durante un año viajé todos los fines de semanas con mi pequeño grupo familiar la ciudad de Caracas para visitar a la primogénita de mi primera pareja. En uno de esos tantos viajes, regresando de la capital, en plena autopista, mi mujer que cursaba con un embarazo de siete meses, presentó ruptura prematura de membranas con pérdida de líquido amniótico. Al llegar a nuestra residencia la trasladé a un centro médico donde atendí el parto. Eran las once de la mañana de ese mismo día cuando nació una niña prematura, quien por grado de inmadurez presentó dificultad respiratoria, que obligó a mantenerla en incubadora y alimentarla durante varios días por sonda nasogástrica. La atención inmediata del pediatra y la experiencia de su madre en la atención del neonato durante su desempeño en el centro hospitalario de la capital, fue la clave que logró estabilizar y mejorar las condiciones de salud de la niña. Tres días después fue dada de alta al haber superado su estado crítico.

 La llegada del nuevo miembro sumó alegría al hogar, más no en la mejoría del estado anímico de mi cónyuge, por el contrario, el trastorno del humor que padecía para ese entonces empeoró con los partos. Las crisis frecuentes interfirieron con una sana convivencia conyugal y social. La hostilidad manifiesta propia del trastorno depresivo fue incrementando su frecuencia e intensidad, ocasionando serios enfrentamientos entre ambos. Le sugerí buscar ayuda psiquiátrica pero se negaba rotundamente

 Para aliviar la tensión en que vivíamos, decidimos viajar de vacaciones durante una semana a México y Orlando. Florida. El primer día en México, en horas de la noche nos llevaron al patio Guadalajara, un sitio donde se presentaban cantantes mexicanos. Al día siguiente visitamos la plaza Garibaldi en el centro histórico de la ciudad donde disfrutamos de la presentación de los Mariachi. Al tercer día y último de nuestra estadía en México fuimos a la pirámide de Teotihuacán. El guía durante el paseo era un señor mayor cuyo peso de los años le hacía arrastrar los pies y caminar lento. A medida que subíamos los escalones de la pirámide, el guía dejaba escapar gases sonoros y fétidos por el trasero. Cada escalón que subíamos era acompañado con aquel sonido y su correspondiente hedor.

 —Si así es el comienzo, cuando lleguemos a la cima nos veremos salpicado, —dije en mis adentros. Entonces decidimos colocarnos al lado del señor y no detrás del él. 

 La estadía en México no mejoró el mal humor de mi cónyuge. Al amanecer del día siguiente nos trasladamos al aeropuerto y embarcamos en el avión rumbo a Orlando, Florida.

 En Orlando visitamos al parque de atracciones Disney y disfrutamos de sus instalaciones. Me llamo mucho la atención la alegría que mi pareja sintió al montarse en los caballos del tiovivo y dar vueltas sin cesar en aquel carrusel. Era ver una niña llena de felicidad. Culminada la estancia en Orlando nos trasladamos al aeropuerto para retornar a casa. Estando en la sala de espera para abordar el avión decidí entrar a las tiendas para comprar unos chocolates para los niños que esperaban en casa con la abuela. No me tardé ni diez minutos en realizar las compras, al llegar a la sala de espera encontré a mi mujer con una crisis de angustia y llorando. Al preguntarle la razón de su llanto, respondió.

 —Me abandonaste, me abandonaste, —decía llorando.

 Quedé sorprendido y pensativo por aquella reacción tan desproporcionada. En una niña lo hubiese entendido, pero en ella no encontré explicación alguna. Quizás en ese momento revivió el abandono de su niñez. Al llegar a casa los niños y la abuela nos recibieron con mucha alegría.

 Pasaron los años y la relación de pareja continuó agrietándose. Los enfrentamientos eran más continuos. Para aliviar las tensiones compré dos boletos para viajar en un crucero por las islas del mar Caribe, pero ella se negó a realizar el paseo y para que no se perdieran los boletos invité a un hermano que me acompañara en ese crucero. Fue una semana de relax, momentos de esparcimiento que mitigaron.

 A pesar de los conflictos en el hogar, mis logros en el hospital fueron en ascenso,  recibí la responsabilidad de dirigir el curso de postgrado del servicio de ginecología y obstetricia del Hospital del la ciudad capital del estado. Escribí el libro “Normas de Obstetricia” una guía rápida y sencilla para profesionales y estudiantes de medicina y obtuve por concurso el cargo  de profesor contratado de la Universidad de Carabobo y por último obtuve el cargo de jefe de servicio.

 Un año más tarde, con un préstamo bancario construí en el centro de la ciudad donde residía, un inmueble de dos plantas donde continué mi ejercicio privado de la medicina. Mis logros personales y profesionales fueron incrementándose, más no mi vida conyugal que fue agrietándose cada día. La enfermedad de mi cónyuge hacía imposible una sana convivencia familiar.

 Al inicio del sexto aniversario de la relación conyugal, la situación de inestabilidad en el hogar fue de mal en peor. Situación esta, que me ocasionó alteraciones emocionales. Ante tal situación decidí una separación transitoria para dar tiempo a que ambos reflexionáramos y se abriera una ventana de esperanza. Durante ese tiempo busqué refugio en el hogar materno y planifiqué realizar un tour con un grupo de amigos por Europa para bajar las tensiones emocionales que estaba sintiendo.

 Una tarde del mes de septiembre, un viaje en avión nos trasladó a España. Me tocó como compañero de asiento un gran amigo y tocayo, un ingeniero que vivía en la ciudad de Maracay. Una hora después de nuestra salida nos dieron la cena con su respectiva bebida de vino tinto. Una hora después anunciaron la apertura del bar. Con varios tragos de whisky y viendo una película llegó la media noche. Apagaron las luces y todo quedó en silencio. Alguno que otros ronquidos se escuchaban. Dos horas después se encendieron las luces en el interior del avión y nos anunciaron el desayuno. Yo no había terminado de hacer la digestión de la cena y tenía que comer de nuevo. Eran las 7 de la mañana hora española. A las 8am estábamos aterrizando en el aeropuerto internacional Barajas de Madrid. Apenas treinta minutos nos dieron para estirar las piernas y viajar rumbo a Londres,  donde se iniciaba el tour por diferentes países de Europa.

 A las 11 de la mañana de ese mismo día estábamos aterrizando en el aeropuerto internacional Heathrow de Londres. A pesar de ser otoño el tiempo era lluvioso y hacía algo de frío. Recogimos las maletas nos trasladaron en bus al hotel para descansar del largo viaje. Al siguiente día por la mañana, después del desayuno nos llevaron en bus al Castillo de Winsor, notable por su antigua relación con la Familia Real Británica y por su arquitectura medieval del siglo XI. Deslumbrado por sus amplias y bellas estancias, la Biblioteca Real con las colecciones de dibujos de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel y la Capilla de San Jorge; no me di cuenta de la hora. Buscando la salida del castillo se hizo tarde y llegué justo cuando el bus se iba. El guía estaba enfadó por la espera.

 —La próxima vez se queda señor Graff, —dijo el guía.

 —Pero usted me acompaña señor guía, —respondí.

 Terminado el paseo, nos llevaron almorzar en un restaurante donde los clientes, en ese caso nosotros, fungíamos de mesoneros y servíamos a los demás. Nos colocaban una gorra y delantal blanco para iniciar el disfrute. No faltaron las copas de vino tinto para amenizar el momento y alegrar el espíritu. Al culminar el almuerzo y con una copas de más quería dormir pero no encontraba donde. En ese momento llegó el bus que nos trasladó al hotel, al sentarme me quedé dormido. Al llegar al hotel los amigos me despertaron y continué la siesta en mi habitación. En la noche asistimos a una cena. Allí no ingerí licor porque todavía había reserva del mediodía.

 Al siguiente día nos hicieron un recorrido por el puente que cruza el río Támesis, ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­pasando junto al Big Ben y la Torre de Londres, luego nos llevaron a la calle Piccadilly Circus, uno de los lugares más animados de la ciudad, de las principales zonas de fiesta y tiendas de Londres.

 Al tercer día nos trasladaron al puerto de Dover donde embarcamos en ferry que nos llevó al puerto de Calais. Francia para continuar nuestro tour

 Al llegar a puerto francés nos trasladaron a París y nos hospedamos un hotel a escasos metros de la torre Eiffel, donde pudimos visitar y observar la impresionante estructura metálica, un monumento símbolo de Francia y de su capital situada en el extremo del Campo de Marte a la orilla del río Sena. En la noche, nos llevaron a cenar a restaurante en la centro de la ciudad. Durante la cena se presentó un impase entre el encargado del establecimiento y un colega que viajaba en el grupo. En vista de la tensión reinante en el ambiente abrí mi diccionario de francés - español, aprendí unas palabras y me acerqué al enfurecido señor

 —Excúseme, soy venezolano, no hablo francés pero deseo pedir disculpa por lo acontecido, —dije en mi francés machucado

 El señor, avergonzado. —No se preocupe siga disfrutando, —respondió el señor.

 El segundo día en Francia nos llevaron al Palacio de Versalles, sede de la corte de los reyes de Francia durante la época de Luis XIVLuis XV, y Luis XVI. Se encuentra ubicado en la ciudad de Versalles en los suburbios occidentales de París. Fue la capital del reino de Francia. Allí conocimos los Apartamentos Reales, el Salón de los Espejos, la Finca de María Antonieta, el Gran Trianon y los hermosos Jardines de Versalles.

 Muy temprano en la mañana del día siguiente, el tocayo y yo nos fuimos a Niza, la costa Azul de Francia, una parte del litoral mediterráneo en el sureste francés. Uno de los centros mundiales del turismo que alberga localidades muy importantes como el casino de MontecarloPrincipado de MónacoSaint Tropez y Cannes, conocida por su festival de cine. Ese día comenzó a llover en forma torrencial, los trozos de hielo que caían nos golpeaban fuerte, buscamos refugio en una tienda debajo de un toldo. La dueña de la tienda se enojó y nos dijo que desocuparan el lugar. Como yo no entendía lo que decía, nos quedamos hasta que pasó la lluvia.

 Culminado el torrencial aguacero fuimos a conocer la playa, luego visitamos el Principado de Mónaco y el casino de Montecarlo donde jugamos en algunas máquinas sin éxito para el bolsillo. En horas de la tarde regresamos al hotel.

 El tercer día, el tour abandonó territorio francés y se dirigió a Frankfurt Alemania. Nosotros, el tocayo y yo, nos apartamos del grupo y viajamos en tren con destino Ginebra, una ciudad de la confederación Suiza, ubicada cerca de la frontera con Francia. Durante el viaje hicimos la comida del mediodía en unos de los vagones del tren que estaba acondicionado como restaurante.

 Al llegar a Ginebra, el tocayo con el escaso francés que hablaba se hizo entender y logramos una habitación en un hotel en el centro de la ciudad. En Ginebra la colonia española era grande lo cual nos permitió visitar varios lugares donde hablaban español. Comenzando la noche visitamos un bar cercano al hotel, los mesoneros eran españoles y la mujer que atendía la barra era de origen cubano, lo que nos permitió compartir sin preocuparnos por el idioma.

 Allí pasamos tres horas charlando y tomando Gin Tonic. Con unos tragos de más y mucho sueño regresé al hotel, pero el tocayo se quedó en el bar conversando un rato más. Al llegar al hotel traté de entrar a la habitación pero estaba cerrada, el amigo tenía la llave. Esperé un buen rato pero el sueño no esperó, busqué un lugar donde sentarme y dormir. Abrí una puerta y observé un gran salón con las mesas ya preparadas para la hora del desayuno. La alfombra roja del piso era gruesa y lucía espectacular, levanté el mantel de una de las mesas y debajo de ella me quedé dormido. Me desperté porque tenía ganas de orinar, eran las 4 de la mañana cuando salí al pasillo buscando un servicio, pero encontré al tocayo desesperado acompañado con el jefe de personal del hotel.

 —Dónde estabas gran carajo, te hemos buscado por todas partes. He llamado a la policía y al hospital, —decía a gritos el enfurecido amigo.

 —Disculpa tocayo, tenía sueño y no tenía llave de la habitación, encontré el comedor y debajo de la mesa dormí un buen rato, como estaba cubierto con el mantel nadie me encontró, —respondí avergonzado.

 A las nueve de la mañana de ese mismo día desayunamos y mientras cancelamos la cuenta solicitamos un vehículo en alquiler. No pasaron diez minutos cuando el auto ya estaba en el estacionamiento del hotel. El tocayo condujo el auto hasta salir de la ciudad, posteriormente me cedió el volante porque él sentía sueño. El mapa guía nos orientó durante todo el camino, el destino era Zúrich una de las principales ciudades de Suiza, frontera con Alemania a 279 kilómetros de Ginebra. Durante el camino nos detuvimos varias veces para observar y tomar fotos de los bellos paisajes y los Alpes suizos, una cadena de montañas que ocupan la mayor parte del territorio y cuya cumbre más alta es el Mont Blanc con 4.810 metros de altitud. En la vía hacia Zúrich pasamos a poca distancia de Berna capital de Suiza, donde estuvo residenciado el presidente venezolano Rómulo Betancourt en el año 1965.

 En las primeras horas de la tarde visitamos Lucerna una pequeña ciudad situada a orilla del Lago de los Cuatro Cantones, allí hicimos la comida del medio día y luego visitamos varios museos. A las cinco y media de la tarde hacíamos entrada a la ciudad de Zúrich, con ayuda de un taxista que nos guió logramos ubicar el hotel donde estaban hospedados los compañeros del tour. Llegamos en el preciso momento de la cena, todos estaban en el restaurante y al vernos llegar se levantaron de sus asientos y comenzaron aplaudir. Fue un encuentro muy emocionante e inolvidable. Esa noche dormimos en ese hotel y en la mañana después del desayuno nos unimos al tour con destino a la ciudad de Innsbruck. Austria.

 Innsbruck para nosotros fue una ciudad dormitorio ubicada al oeste de Austria, capital del estado de Tirol, localizada en el valle del Eno, en medio de altas montañas. Allí llegamos en horas del medio día, almorzamos y en horas de la tarde asistimos a un show donde presentaron los bailes típicos de esa región para los diferentes grupos turísticos que llegaron ese día, luego interpretaban canciones típicas de los países presentes. Cuando le tocó el turno a Venezuela, todos esperábamos el alma llanera, pero para sorpresa nuestra, cantaron cucurrucucú paloma, una canción mexicana de los años cincuenta. Todos los venezolanos que asistimos al show nos levantamos de nuestros asientos y protestando nos subimos a la tarima y cantamos el alma llanera. Todas las personas asistentes, los actores y los coordinares del show quedaron sorprendidos por nuestra actuación y nos aplaudieron. Al día siguiente después del concebido desayuno el tour continuó con destino a Italia.

 Cortina d'Ampezzo fue nuestra primera parada al traspasar la frontera y llegar a territorio italiano, una ciudad de la provincia de Belluno, en la región del Véneto, al norte de Italia. Se encuentra en medio de los Alpes Dolomitas. Sus mayores atractivos es el invierno ya que es famosa por sus pistas de esquí. Allí estuvimos media hora descansando y contemplando el paisaje para continuar nuestro viaje con destino a Venecia.

 Venecia, es una ciudad ubicada en el noreste de Italia, en un conjunto de islas en la laguna de Venecia, al norte del mar Adriático. En Venecia, el bus nos dejo en la plaza Roma y allí embarcamos en unas lanchas colectivas hasta el embarcadero de la ciudad. Allí nos hospedamos durante dos días. La primera noche fuimos a la plaza San Marco donde escuchamos música y nos deleitamos con buenos vinos. El segundo día visitamos la Basílica, el campanario de San Marcos y el palacio Ducal. La segunda noche que estaba aburrida se me ocurrió la idea de hacer una sesión de hipnosis con los amigos del tour. Varios amigos y amigas se prestaron para ser hipnotizados y otros de observadores. De todos ellos, una mujer logró con éxito la hipnosis y la regresión a una etapa de su vida cuando cumplía sus 15 años de edad y su abuela moría ese día. Lloró mucho estando bajo efectos del estando hipnótico, pero logré recuperarla del trance hipnótico y se suspendieron las sesiones. Después de la cena, todos a dormir porque el próximo destino era Roma a 525 kilómetros de distancia de Venecia.

 Llegamos a Roma en horas de la tarde, cansados del largo viaje. Bajamos las maletas en el hotel, descansamos y cenamos. Al siguiente día, después del desayuno, nos trasladaron a la ciudad del Vaticano para visitar la Plaza de San Pedro, la Basílica de San Pedro y los Museos Vaticanos, recinto en el que se encuentra la Capilla Sixtina.

 El segundo día visitamos el Coliseo romano, Foro romano, Monte Palatino y la Fontana de Trevi, esta última representa al mitológico Neptuno acompañado de dos tritones. Es el lugar para tirar una moneda.

 Al tercer día, el tocayo, una amiga y yo nos fuimos en bus al centro de Roma para realizar unas compras. Como ya teníamos conocimiento de los robos frecuentes que se sucedían en la capital tomamos nuestras precauciones. Durante nuestro viaje en bus íbamos de pie, el tocayo y yo colocamos a la amiga entre los dos con la idea de protegerla. De repente el bus dio un frenazo y todos los pasajeros salimos despedidos hacia adelante. Luego, continuamos el viaje y al llegar al centro descendimos del bus, nos dirigimos a la tienda para realizar las compras, pero cuando la amiga abrió la cartera para cancelar la cuenta, no encontró la billetera, la habían robado en el momento que el bus frenó. Después de ese mal rato regresamos al hotel.

 Al amanecer del día siguiente después del desayuno, el tour continuó su viaje hacia los pirineos franceses. Mi tocayo y yo tomamos un vuelo con destino Barcelona. España. Nos hospedamos en el Hotel Ritz y en horas del mediodía, mientras degustamos una exquisita comida, escuchamos varias canciones del grupo musical que amenizaba el momento. En ese instante escuché la letra de una canción de las Mocedades, un grupo musical español de los años 70. Aquella canción me llegó a un rincón del alma e inmediatamente abandoné el recinto, entre al sanitario y no pude contener el llanto. La letra de la canción trajo a mi pensamiento aquel momento cuando estábamos en el aeropuerto de Miami y la dejé esperando mientras compraba los chocolates para los niños. —Me abandonaste, me abandonaste. Las palabras retumbaban en mi cabeza. Sentí culpa y al salir del servicio, busqué un teléfono y desde el mismo hotel llamé a mi madre.

 —Cuando retorne a Venezuela regresaré a mi hogar, —dije a mi madre.

 —Hijo, Dios quiera que todo sea para bien, —respondió mi madre.

 Al momento de ingresar nuevamente al restaurante, eL tocayo me esperaba con una copa de vino tinto y en el ambiente las notas musicales del Alma llanera. Sentí mucha nostalgia en ese momento por la tierra que me vio nacer.

 En la mañana del día siguiente, alquilamos un vehículo y recorrimos algunos los pueblos y ciudades de la costa mediterránea. En la ciudad de Gandía perteneciente a la provincia valenciana nos detuvimos para deleitarnos con un exquisito plato de mariscos y unas copas de vino blanco, luego continuamos la marcha hasta llegar a Murcia, la idea era continuar a Sevilla, pero el tiempo era muy corto y decidimos regresar a Madrid donde nos esperaba el tour. En la vía hacia Madrid visitamos Campo de Criptana un municipio español de la provincia de Ciudad Real, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. En la localidad se conserva una amplia muestra de los típicos molinos contra los que luchó Don Quijote. Luego de visitar los molinos fuimos a comer. Al salir del restaurante, retrocediendo con el vehículo golpeé y doblé una columna de metal que sostenía el estacionamiento. Una señora salió del establecimiento pero yo no me detuve.

 Recorrimos varios kilómetros y me detuve en un centro comercial. Entramos y bebimos unos refrescos. Yo observaba a través del ventanal de vidrio y en ese momento llegó una patrulla de la policía y se detuvo a la entrada del centro. Los policías se bajaron de la patrullan y se colocaron a ambos lados de la puerta de salida del establecimiento. Pensé que nos detendrían a la salida. Me sentía muy tenso por la situación. Cuando salimos del local levanté las manos esperando la detención, pero ni siquiera nos tomaron en cuenta. Sentí mucho alivio y continuamos la marcha. En horas de la noche llegamos a Toledo, ciudad española en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Me sentía agotado, no tanto por el viaje sino por el estrés vivido. Fuimos a un hotel y solicitamos una habitación, sentía mucho dolor de cabeza y me acosté sin cenar. Al día siguiente muy temprano salimos rumbo al aeropuerto de Madrid donde nos esperaban los amigos del tour para retornar a Venezuela.

 Cuando llegamos a Venezuela, un hermano me esperaba en el aeropuerto de Maiquetía y realizó el traslado a la población de Turmero donde esperaba mi madre y otros familiares. Fue un encuentro muy agradable después de un mes de ausencia. Felizmente estaba en mi país al encuentro con mi realidad.

 Al día siguiente retorné a mi hogar cargado de regalo para la mujer y mis hijos, pero también lleno de esperanzas, porque el distanciamiento hubiese servido de reflexión para ambos y recuperar lo que por un momento sentí perdido. Los dos meses siguientes fue de preparación para las navidades y la despedida del año 1978 en unión de la familia.

 Iniciado el año 1979 compré una parcela en el centro de la ciudad de Cagua con la finalidad de construir unas oficinas. Mi hermano Watson hizo el proyecto y la construcción del inmueble financiado con un préstamo que me otorgó la banca privada. Una vez culminada la obra instalé mi consultorio médico y las otras oficinas las cedí en arrendamiento.

 Durante el transcurso del año, la relación conyugal entró en crisis nuevamente. Los cambios de humor de mi pareja se agravaron de tal manera que se extendió al área familiar y social. No toleraba a sus hermanos ni a los míos. Se distanció de los vecinos y luchó contra el mundo. Allí comprendí que el problema no era conyugal, sino un problema de salud mental que estaba dañando el hogar y la salud de mis hijos.

 Varios meses después comencé a presentar dificultad para deglutir alimentos, sentía dolor a nivel del esófago cuando ingería bebidas o comidas. Asistía consulta con el gastroenterólogo quien realizó todos los exámenes pertinentes sin encontrar enfermedad orgánica alguna. Me sugirió bajar los niveles de estrés porque me notaba algo alterado emocionalmente.

 Posteriormente sentí mucho picor a nivel del cuero cabelludo y detrás de las orejas con presencia de pequeñas placas escamosas que al desprenderse sangraban. Asistí al dermatólogo quien me diagnóstico dermatitis psoriásica, que mejoró con cremas a base de corticosteroides, pero al culminar el tratamiento las placas aparecieron nuevamente.

 Los conflictos en el hogar, la dificultad para deglutir y la psoriasis me originaron un estado de tensión emocional que no me permitía dormir bien. Las continuas noches de insomnio me generó un estado de ansiedad que se manifestaba con pesadillas nocturnas relacionadas con inundaciones, atraco, secuestro y lugares donde me sentía perdido sin poder encontrar una salida. Ante esta situación y ante el miedo de perder la cordura, decidí buscar ayuda psiquiátrica.

 Asistí a consulta con el psiquiatra y expliqué todo cuando estaba sucediendo: Los conflictos conyugales, la actitud de mi pareja, la sintomatología que yo estaba presentando. Me indicó una tomografía por emisión de positrones (TEP) para investigar funcionamiento cerebral.

 En 15 días regresé a consulta con el resultado de los exámenes. El médico leyó el informe y observó las imágenes no apreciando ninguna alteración orgánica cerebral, pero observó ciertas áreas en el lóbulo frontal que interpretó como signos de represión de hostilidad. Citó a mi pareja para la próxima consulta. En la siguiente consulta asistí solo, porque mi cónyuge se negó asistir.

 El colega fue franco conmigo.

 —Usted funciona aparentemente bien, solo que hay un peligro latente y es que usted reaccione agresivamente contra su pareja con las consecuencias que eso significa. O bien, la represión emocional reflejada en sus síntomas se agrave y se le convierta en una enfermedad crónica. Escuché atentamente las palabras del colega y reflexiones sobre ella. Tenía dos opciones, continuar la vida conyugal y asumir las consecuencias señaladas por el médico, O bien, romper con esa relación enfermiza que hacía daño a todo el grupo familiar, entonces decidí tomar la segunda opción por el bien de todos.

 En el mes de agosto cuando los niños tomaron vacaciones escolares y la madre decidió pasar esa temporada en casa de la abuela que vivía en la ciudad del Tigre a 537 kilómetros de Cagua y yo continuaba con mis labores en el hospital de Maracay, no deje de pensar en la decisión a tomar. Sentía mucha angustia y tristeza pero no tenía otra alternativa, estaba en juego mi salud y la de los niños.

 Mes y medio más tarde mientras mi cónyuge estaba lejos del hogar consulté con el abogado la decisión de divorciarme y abandonar el hogar. Se redactó el documento y se introdujo en el tribunal a la espera que mi mujer regresara para la firma correspondiente.

 El día siguiente de tomada la decisión llamé por teléfono a mi pareja y le comuniqué que abandonaba el hogar y me llevaba mis pertenencias. Mi cónyuge guardó silencio y colgó el teléfono. A su regreso encontró mi ausencia, le comuniqué por teléfono que la esperaba en el tribunal.

El día de la cita, mi cónyuge se entrevistó con el juez y accedió a firmar el divorcio, luego se retiro del tribunal sin emitir ninguna palabra.

 Ella permaneció en el hogar durante pocos días, luego regresó al Tigre donde pasaría las navidades con su familia. Yo me refugié en el hogar de mi hermano mientras se vendía la vivienda. Fueron las navidades más tristes de mi vida a pesar del cariño que me brindó mi hermano, cuñada y sobrinas.

 En los primeros meses del nuevo año 1980 logramos vender la vivienda y el dinero se repartió equitativamente. Con el dinero recibido, ella compró una vivienda en la ciudad de Valencia del estado Carabobo a 60 kilómetros de Cagua y yo lo invertí en un apartamento en un conjunto residencial en la ciudad de Maracay. Allí estuve viviendo muy pocas semanas. La sensación de soledad física y afectiva fue decisiva para renunciar a vivir solo y me mantuve en el hogar de mi hermano. Dos años después cambié de domicilio a un poblado cercano y me refugié en el hogar materno donde logré ver a mis hijos con más frecuencia y recuperar parcialmente la estabilidad  emocional que había perdido, pero no fue suficiente,  necesitaba algo más, ansiaba un hogar propio, una familia con quien compartir, verla crecer junto a mí y que me hiciese sentir útil y feliz.

 Intente reiniciar mi vida con la que fue mi primera pareja, pero me observé que persistían las mismas diferencias de aquella primera vez y opté por no continuar con aquella relación, porque sería repetir la historia con el mismo final. Fue entonces cuando meses después conocí a una vecina y amiga de mi familia con quien compartí momentos muy agradables y sentí que hablaba con una mujer madura, sin traumas en la vida, proveniente de un hogar estable, con una relación conyugal anterior y dos hijos en la frontera. Se parecían tanto nuestras vidas que un día decidimos caminar juntos en la misma dirección y construir un hogar donde tuviesen cabida los suyos, los míos y lo nuestro.

 

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