Recuerdo aquella tarde cuando fuimos de paseo al malecón y observabas desde las alturas el envite de las olas sobre las piedras. No era tanto el golpear de las olas lo que llamaba tu atención sino la sensación que sentías verte caer al vacío.
—¿Deseas lanzarte? —te pregunté. —Solo me miraste y esbozaste una leve sonrisa, una sonrisa triste. Ese día percibí que algo andaba mal en tus adentros.
Con el pasar del tiempo nos hicimos novios y formalizamos la relación de pareja como tu lo querías, en la estricta intimidad, sin invitados ni celebraciones. Desde el inicio, la vida en el hogar fue turbulenta, porque tus conflictos interiores impidieron lograr la felicidad que queríamos. Dos hijos no fueron suficientes para calmar la tormenta que azotaba tu mundo interno.
Tus cambios de humor, tu irritabilidad permanente y el aislamiento social golpeaban incesantemente la paz del hogar. Realizamos un viaje al exterior con la intención de reconciliar nuestras diferencias. Llegamos al hotel y mantuviste una actitud solitaria dentro y fuera de la habitación. Cuando fuimos al parque de atracciones Disney subiste a un tío vivo. Jamás te había visto sonreír con tanta felicidad como ese día. Dabas vueltas y vueltas en aquel carrusel. Al volver al hotel, aquel rostro alegre se convirtió en una mueca triste.
Percibí que el origen de tus problemas tenía raíces en la infancia. Ese día en el hotel hablaste con dolor del abandono materno, que sufriste durante doce años de tu niñez. Culminado el viaje, estando en la sala de espera para embarcar al avión decidí comprar unas golosinas para los niños que nos esperaban en casa ansiosos de nuestro regreso. Apenas tardé 10 minutos en las compras y cuando regresé a la sala de espera tenías una expresión de ira en tu rostro.
—Me abandonaste, me abandonaste, —fueron tus palabras.
Tu reacción hablaba por sí sola. El trauma del abandono materno era la causa de tus conflictos. El miedo que sentías desde niña te hacía ver fantasmas en todas partes. Al llegar a casa la vida continuó igual. No hubo cambios para mejoría de tu estado anímico. Los períodos de ira y de tristeza fueron recurrentes hasta que, el estado depresivo fue permanente. No hubo manera de cambiar tu actitud hostil ante la vida ni la soledad que llevabas dentro.
Lentamente mi organismo fue respondiendo ante tu actitud. Sin aparente causa comencé a notar alteraciones del sueño y sensación de nudo en la garganta que me impedía deglutir. Asistí a consulta médica y salí de ella con el diagnóstico de trastorno de ansiedad.
—Todo cuanto le está ocurriendo es consecuencia de la situación que está reprimiendo, —expresó el médico. —Usted vive con una persona enferma que muy poco le interesa la vida, pero a usted sí. La represión emocional reflejada en sus síntomas puede convertirse en una enfermedad real, porque las penas que no se desahogan en lágrimas harán lloran a otros órganos.
Escuché atentamente al médico y reflexioné sobre sus palabras. Tenía dos opciones, continuar la vida conyugal y asumir las consecuencias señaladas por el doctor, o bien romper con la relación enfermiza que hacía daño a todo el grupo familiar. Opté por la segunda a sabiendas de que nos afectaría a todos.
Aceptaste la separación con mucho dolor y te fuiste lejos, pero a pesar de la distancia siempre estuve allí presente. Sabía que necesitabas ayuda y siempre estuve allí para auxiliarte y ver a mis hijos, pero la separación no logró mejorar los males que te aquejan, por el contrario ahondó tu tristeza y soledad. Los hijos crecieron y como los pájaros que perciben el mal tiempo abandonaron el nido.
La soledad infantil que acompañó tus pasos durante toda tu existencia fue erosionando tu cuerpo hasta que, llegó el día cuando la crisálida abrió y la mariposa alzó el vuelo al infinito para liberarte del mal que te aquejaba desde niña.
EL VUELO DE LA LIBERTAD
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