CUANDO EL SENTIMIENTO DUERME


 

La iglesia fue adornada con flores para bendecir la unión conyugal entre la joven Liliana y Roberto, un mozo y vecino del barrio donde ellos vivían. Un joven enamorado quien intentó zafarse del yugo materno para iniciar la formación de su propio hogar. 

Cuando los dos enamorados anunciaron su matrimonio, nunca pensaron en la tormenta que desatarían. Roberto era único hijo y compañero inseparable de su madre, motivo por el cual aquella noticia no fue bien recibida, pues significaba para su madre la pérdida de su único hijo y la soledad a futuro. El miedo a la soledad la llenó de ira e hizo todo cuanto pudo para impedir que se consumara la unión.  

A pesar de todas las dificultades, la unión conyugal se llevó a efecto en casa de los padres de la novia como se acostumbraba en esa época. El agasajo fue muy agradable y concurrido, prolongándose hasta altas horas de la madrugada, momento en que la pareja de recién casados decidieron abandonar la reunión e irse a su luna de miel. 

Hasta allí todo fue felicidad y alegría, sin embargo, la realidad posterior fue otra. Una semana después del retorno de los felices cónyuges fijaron su residencia en el hogar de la madre de Roberto y desde ese  mismo día su retorno de la dulce luna de miel se inició los agrios conflictos del trajinar diario.   

Liliana, fue percibida como una intrusa y como tal fue tratada. El miedo a la soledad de su suegra desencadenó su furia y buscó a como diera lugar evitar que su hijo fuese compartido con la mujer que robó su corazón. Desde ese mismo momento la presencia de Liliana  no fue bien recibida. 

Liliana era una mujer alegre, siempre acompañada de una sonrisa y una canción en sus labios. Tenía unos ojos bellos y una dulzura en su rostro que la hacía muy atractiva a los jóvenes de la época, razones suficientes que tuvo Roberto para quedar prendido de sus encantos femeninos.

Liliana mantuvo en todo momento ecuanimidad y comprensión ante la actitud hostil de su suegra. Estuvo serena ante las agresiones y evitó en todo momento la confrontación. Fue muy tolerante ante los insultos y los desplantes de su suegra. No se alteró ni ofendió. Buscó siempre el diálogo para limar asperezas, pero todo fue en vano, el esfuerzo realizado para mantener la paz, no logró apaciguar la ira de una madre que reclamaba a su hijo.  

Liliana, toleró hasta más allá del límite de todo ser humano, sin percatarse que “Cuando el sentimiento duerme la enfermedad despierta” 

Pero, como dice el dicho “Tanto da el cántaro al agua hasta que se rompe” los insultos y desprecios del que fue víctima la llevó al límite de la tolerancia, y a pesar que para ese entonces llevaba en su vientre su primera gestación, Liliana no pudo soportar más agresiones y logró abandonar el nido ajeno  en medio de la tormenta para buscar refugio en hogar aparte con su marido. 

La pareja con esfuerzo propio logró adquirir una vivienda a las afueras de la capital y mudarse al que sería su verdadero hogar. Un refugio que le brindara protección ante la furia del huracán que los azotaba. Allí protegido de la tempestad nació su primogénita, una niña hermosa, que llenó de alegría aquel nuevo hogar asediado por las fuertes lluvias. Años después nacieron cinco nuevos descendientes; pero a pesar de la resistencia de ambos, el huracán no daba tregua. 

La suegra enfurecida nunca se resignó a perder a su hijo y continuó ocasionando problemas e hizo lo imposible para recuperar lo perdido y dar al traste con un hogar que fue creciendo con amor ante la adversidad. 

Años más tarde, llegó lo inevitable, Roberto no pudo contener la presión y obsesión de su madre y decidió la separación conyugal. Fueron momentos muy difíciles y dolorosos para ambos, ninguno de los dos quería disolver su hogar, sin embargo, las mentiras y la intriga era de la suegra era tan intensa que no pudieron contenerla. 

Liliana, afrontó sola y  con entereza las adversidades del momento y supo seguir adelante con sus hijos ante la difícil situación que estaba viviendo. Ante la imposibilidad de costear los gastos de la vivienda recién adquirida, decidió venderla y buscó refugió en un una diminuta vivienda  en otro lugar de la capital donde no la alcanzara la furia de la tempestad. 

En su nuevo hogar, logró instalar una juguetería y con sus pocos ingresos dio educación, techo y comida a su prole,  mientras tanto. Roberto, adolorido y deprimido porque no supo defender en su momento la pérdida de su hogar y la separación de sus hijos, vagó sin rumbos y al final murió en la más triste y deplorable soledad.

Liliana, continuó su camino, subsistiendo con sus hijos para verlos crecer y encontrar su propio destino. Sus ratos de ocio los llenaba con al arte de la pintura, pero no fue suficiente para aliviar las penas que llevaba consigo. Su dolor  reprimido y su silencio sostenido, lenta y despiadadamente la fue consumiendo, hasta que un día las huellas de su dolor en la piel fueron apareciendo. Manchas que solo desaparecieron cuando llegó al mundo donde no existe tiempo ni espacio, donde no hay dolor ni resentimiento. Allí estará por siempre con aquellos ayer se fueron y no tuvieron regreso.

 

 

 

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